viernes, 11 de enero de 2013

Qué poco dura la Magia


La primera Navidad que recuerdo, es el primero de los recuerdos que guardo de mi infancia.

Creo que fueron las navidades que cumplí 4 años. Es un recuerdo importante, porque ya apuntaba yo maneras y se me ocurrió meterme una pepita de mandarina (antes las mandarinas tenían pepitas, sí o sí) en un oído. ¡¡¡ Tamaño follón!! Y todo hay que decirlo, creo que mi pensamiento fue que hacer esa trastada, molaba, por que el pobre médico de familia (circunstancial) , y después estupendo cardiólogo, el Dr. Fernando Arroyo, se paso media noche, metiéndome agua tibia con una perita de goma en el oído, hasta que la pepita de la mandarina, salió.  

Recuerdo aquellas Navidades, y muchas que siguieron, tremendamente cálidas, entrañables y familiares. Eso sí, las mandarinas tenían pepitas y los postres que hacia mi madre, mi tía, mis abuelas  y las vecinas, eran una bendición para el paladar de alguien con mi golosería. Eran Navidades tranquilas, había poca celebración, verdaderamente había poco que celebrar porque  la mayoría  vivía con pocos derechos y menos medios, casi como ahora. Y terminaba Navidad y lo peor era volver al cole al día siguiente de que vinieran los Reyes Magos, aunque  no volvieras a tener regalos ni juguetes nuevos hasta el año siguiente, pero no pasaba nada, la vida seguía.

Empezaba el cole y la primera hora no era para explicar a toda la clase los regalos que te habían dejado los Reyes, ni tampoco se programaba que el día siguiente llevaras uno, parte o todos tus regalos al cole para enseñárselos a tus 39 compañeros. No pasaba nada si en tu casa solo habían pasado los Reyes de puntillas y te habían dejado una caja de lápices de colores, porque lo importante era que papá tenía trabajo, que mamá te cuidaba y  hacia sus pinitos trabajando también fuera de casa y que toda tu familia te quería con locura aunque te metieras una pepita de mandarina en el oído la noche de Noche Buena.

Eso sí, las mandarinas tenían al menos una pepita en cada gajo. Tus amigos y compañeros eran buena gente y eran igual de felices que tú, aunque su madre pusiera bocatas de Nocilla para todos los que invadíais la cocina a la hora de merendar y la tuya, se empeñara en que teníais que merendar un bocata de salchichón y una fruta. Y no importaba que apellido tenía uno u otro, o de que familia era, porque entonces, todos (menos algún tontito) erais de buena familia, sin practicar de nada, más que de personas felices y sin complejos.

Entonces, Navidad duraba todo el año. Los buenos sentimientos, eran de verdad y no se fingía el ayudarse unos a otros, en días determinados, se hacía cada día  y todo el año. “El hoy por ti y mañana por mí” era una práctica tan cotidiana como el tráfico  gratuito  y desinteresado de ropa y calzado heredado, la cuna y un sinfín de cosas que tenían la posibilidad de aprovecharse hasta límites, hoy insospechados.

Hoy dura poco la magia. Termina la Navidad como empieza, con la  misma insatisfacción y el mismo desánimo. ¿Por qué? …

Puede que se nos haya olvidado ser felices, disfrutar de lo que tenemos. Puede ser que hayamos olvidado cómo fue nuestra infancia y de dónde venimos. Puede que ya no recordemos que podemos hacer mucho, desterrar vicios nefastos de nuestra sociedad, no aborregarnos en la apatía, la desidia y la torpeza de consentir lo que no está bien o no es justo. Puede que sea cierto que no nos estemos dando cuenta de todo lo que podemos hacer y somos capaces de hacer para que dure la magia…

Será por que las mandarinas, ya no tienen una pepita en cada gajo.



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