Hace un tiempo que vivo una
situación que inicialmente me parecía, por los comentarios que hacían referencia
a ella, algo muy raro. Ahora, pasado un poco de tiempo, me he dado cuenta de
que es una situación vital bastante común a mi generación. Y enclavo mi generación
a ese grupo selecto de personitas que vimos la luz entre los años 60 y los 70,
o para centrarnos mejor, a los que por arriba o por abajo, rondamos los
cuarenta.
Hace un tiempo, por razones que después
explicaré, decidí dar un parón a mi vida. No piense nadie que me sometí a ninguna
práctica ninja y ralenticé todas mis funciones. No, sólo decidí parar, mirar,
sopesar y valorar si lo que estaba haciendo, era lo que quería hacer con mi
vida.
Estaba en un momento vital en el
que aparentemente, lo había conseguido todo. Estudie, y ejercí la profesión que
me gustaba y la que me sigue corriendo por las venas y con ella, conseguí el éxito,
el respeto y la consideración, tanto económica como profesional, que cualquiera
hubiera deseado. Tenía una casa estupenda, un sueldo estupendo, una familia estupenda y una vida estupenda, según
los cánones que marca la sociedad. Aparentemente, no podía pedir más. Bien,
pues ¡lo que es la vida!, las circunstancias y el destino me llevaron varias
veces a ejercer mi profesión en entornos completamente contrarios a los que la
ortodoxia de mi profesión recomienda y a mí cada una de esas experiencias, me
fue haciendo mella. Evidentemente, no me marcó igual la primera vez, con poco
más de 26 años, que la que viví cuando tenía 40. No por que fuese más ruda la
ultima que la primera, sino por la porosidad que había adquirido la piel de mi
personalidad. La última, tambaleó los cimientos de mi vida y me hizo recordar milímetro
a milímetro las anteriores circunstancias críticas en las que mi profesión se había
desarrollado en estado puro, sin precio, sin costes, sólo con las manos y a cambio
únicamente, de la gratitud de quien
recibía mi dedicación y de la satisfacción que esa gratitud y la sensación del trabajo bien hecho me dejaba.
Y entonces, tomé la decisión. Me había
cansado de tanta ornamenta, de tanta decoración superflua, yo quería hacer las
cosas que sé hacer, como las sentía, en las que creía pero del modo que me parecía
más honesto.
Es cierto que hasta entonces,
siempre, por pura ética y convicción, me dejé el alma en mi trabajo. Me
educaron para hacer las cosas, no sólo bien, sino lo mejor que fuese capaz de
hacerlas, pero no es solo cuestión de educación, sino de creencia absoluta de
que esa es la manera de hacerlas, pero a
partir de ese momento de reflexión, la mejor manera dejó de ser la más ortodoxa
y sentí la necesidad de dar un cambio a mi vida, de abandonar el estatus del éxito
exterior y encarar con lo que viniera, el éxito interior. No pretendía aplausos,
pero ¡coño! tampoco tanta critica. La verdad es que en algún momento, si me
hizo daño el sentimiento de parte de mi entorno, en el que me recriminaba una
falta de responsabilidad, poco respeto por mi “éxito” y por “lo que había conseguido”.
Hoy, no tengo ningún pudor en decir que no sabían lo que decían, porque el
verdadero éxito, lo he conseguido en las miradas, en el afecto, en las
sonrisas, en el cariño.
Hay cosas infinitamente más
generosas que un sueldo, por muy importante que este sea y aunque no te den de
comer. El éxito, tiene tantas caras y tan distintas como las necesidades de los
seres humanos.
Al ir pasando el tiempo, he
descubierto, que no soy la única, es más, que de esta generación mía, tan
curiosa, que es la generación del éxito, en la que quien más quien menos, hizo
una carrera, y rápidamente encontró un trabajo o se hizo su propia empresa y
alcanzo el éxito, teniendo un trabajo estable y una vida cómoda, muchos, vamos
decidiendo dar un giro a nuestra vida en busca de, quizás algo mas difícil, o
que no sea tan sencillo y rápido como lo fue nuestra primera parte de la vida,
y vamos buscando un éxito, que tiene un cariz diferente, porque no es el éxito de
escaparate, sino que es el éxito interior.
Todos, hemos reestructurado
nuestro concepto de hogar, y hoy defendemos que nuestro hogar está donde esta nuestro corazón
y nuestro corazón, está donde nos sentimos bien. Hoy no somos aquellos que
antes tenían entrada en todos los sitios y se relacionaban con cualquiera. Hoy,
hemos tornado a nuestros orígenes y somos escrupulosos para dar el titulo de
Amigo. Buscamos personas y cosas de verdad, que nos llenen y abrimos nuestro
hogar a quienes nos miran a los ojos sin juzgarnos y nos enseñan su verdad sin prejuicios.
A quienes nos han enseñado que sonreír, no es enseñar los dientes, sino enseñar
el corazón. Formamos parte de esa cadena que entiende que no puede cambiar el
mundo, pero si puede cambiar su metro cuadrado y tal vez un poco más.
Hoy hacemos nuestro camino de
regreso, con tanta osadía e ilusión que tal vez, todo lo difícil nos parece valido
para conseguir nuestro objetivo, sentirnos bien con lo que somos, con lo que
queremos en nuestra vida.
Tal vez seamos carne de cañón, pero nos relacionamos
con personas con valores, con principios, con criterio, que saben del valor de
la palabra, de la ilusión, de las ganas, de la ayuda y la solidaridad, del
respeto, que son el aliento para la esperanza de que algo se puede cambiar y no
es imposible el camino de regreso.
Hola Dimesecretillos,
ResponderEliminarSolo una palabra, chapeau !
Saludos
Hola Hipo.
ResponderEliminarSolo otra palabra, GRACIAS.
Es un verdadero honor, tener a personas de tu categoría en esta casita pequeña que es La Solana.
Un saludo.
Hola,
ResponderEliminarYo no soy de la generación del éxito sino más bien de la generación perdida pero del mismo modo he emprendido el camino de regreso.
Sin duda tus palabras son gasolina para el camino.
Muchas gracias
Hola Anónimo.
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Es treméndamente agradable encontrarse en “este” camino con más personas que también lo han tomado y que como yo misma, se sienten orgullosas de haberlo hecho.
Como una mas, en este camino, solo puedo decirte ¡¡Animo!! realmente merece la pena y tal vez seamos menos, pero no me cabe duda que somos mejores, mas felices y sobre todo mas limpios.
De todos modos, gracias a ti, porque desnudarse es un ejercicio duro y complejo que difícilmente se valora y se entiende como tal en esta sociedad y si haberlo hecho, supone un poco de ánimo para cualquiera que lo precise, y mas si es alguien que ha recorrido el mismo camino, ese ejercicio costoso, ha merecido la pena y me siento absolutamente recompensada..
Mil gracias y aquí tienes tu casa